Este jueves se llevará a cabo la “clausura” oficial de la primera etapa del Laboratorio del Procomún. A las 19.00 en Medialab – Prado, Jesús Carillo y Jordi Claramonte serán los encargados de dinamizar la sesión, en la que hablarán sobre las nuevas “fábricas” de creación cultural. Tenéis los textos y comentarios aquí.
Pero además Antonio Lafuente ha escrito un texto que podéis encontrar en nuestra página web así como en su blog Tecnocidanos, titulado: “Laboratorio sin muros: inteligencia colectiva y comunidades de afectados”. En él realiza un interesante y crítico análisis de la evolución de esta actividad desde sus primeros días, allá por mayo de 2007. Creo que el texto pone sobre la mesa una serie de elementos muy destacables, principalmente el compromiso de asumir el laboratorio como un espacio social para la construcción de conocimiento de una manera colaborativa, donde se rompan las fronteras existentes entre interior y exterior del laboratorio, entre expertos y legos, generadas muchas veces por la forma en que son planteados otros formatos más convencionales como el seminario o el ciclo de conferencias. Advierte, en este sentido, de la necesidad de tener en cuenta como protagonistas de ese proceso a las comunidades de afectados o concernidos. Propone un cambio de dinámica, un paso necesario hacia una nueva etapa en que el laboratorio y sus participantes se impliquen en la generación y el fortalecimiento de redes sociales a través de las cuales movilizar y visualizar el procomún, así como en la la producción y difusión de materiales útiles para la materia, donde se vaya documentando el proceso.
Me parece un buen plateamiento al que querría añadir algunos otros puntos, – en realidad rescatar algunas otras propuestas, que en realidad han ido saliendo a lo largo de las distintas sesiones del laboratorio del procomún -, y que en mi opinión habría que tener en cuenta. Me preocupa sobre todo la necesidad de comprender la carga ideológica que, lo queramos o no, existe detrás de cada uno de los planteamientos, de las prácticas y los conceptos empleados. Para exhorcizar los posibles elementos tendenciosos, lo mejor es hacerlos explícitos, como recomienda Pierre Bourdieu. Pero veamos lo que quiero decir a través de ejemplos concretos:
La comunidad. Congregue un grupo de afectados o a los participantes del laboratorio del procomún, una comunidad no es más que un conjunto de diferentes decido a compartir un destino. No está por lo tanto exenta a lo interno de la existencia de relaciones de poder entre las partes, que resultan en tensiones y conflictos propios de una diversidad no negociada, y que únicamente pueden comenzar a resolverse a través del principio de reconocimiento. Precisamente son ciertos rituales donde únicamente se celebra la comunidad, aquellos que en ocasiones son utilizados para soterrar las diferencias. En ese sentido la existencia de protocolos previos puede tanto contribuir al rigor en la búsqueda de conocimiento como generar una problemática añadida, al establecer de diferencias entre iniciados y no iniciados. Debe haber método, pero la crítica al método y su reconfiguración consecuente debería ser entonces una constante vital y un derecho de todos los participantes.
Identidad ante alteridad. Una comunidad de afectados no existe al margen de otras colectividades en las que no se reconoce, que pueden ser tanto responsables de generar su problema (de formas más o menos sutiles o indirectas) como meros espectadores pasivos o indiferentes a los que sin embargo podrían sensibilizar y movilizar (sociedad civil). El mapa resultante es un contexto complejo, con estructuras de oportunidades políticas más o menos abiertas en función de la atención concedida por la clase política, en la que los distintos colectivos construyen sus sistemas de alianzas y oposiciones que influyen (posibilitando / limitando) cada uno de sus movimientos.
Pienso que las comunidades de afectados, los viejos y nuevos movimientos sociales (Enrique Laraña) ya están configurando el mundo en la actualidad con su mera acción y presencia, no necesitan tanto que su palabra les sea concedida sino más bien escuchada.
Mesas técnicas. Una posible propuesta para este panorama es sentar a los componentes del laboratorio y posibles comunidades de afectados en las mismas mesas, para trabajar sobre problemas concretos y sólo después teorizar sobre ellos. Apuesto más por el método inductivo y por el «aprender haciendo», por participar a través de la secuencia acción – reflexión – acción, por una experiencia de empatía etnográfica, que opina que sólo desde el análisis concreto de la realidad social podríamos con el tiempo realizar aproximaciones sucesivas a posibles teorías que nos ayuden a navegar por el mar de la incertidumbre.
De esa manera, se podrían cumplir los deseos de entroncar de forma comprometida desde la práctica investigativa con las redes sociales que sustentan, defienden y construyen en su cotidianeidad el procomún y los nuevos modos de gestionarlo.
Clara
Pero además Antonio Lafuente ha escrito un texto que podéis encontrar en nuestra página web así como en su blog Tecnocidanos, titulado: “Laboratorio sin muros: inteligencia colectiva y comunidades de afectados”. En él realiza un interesante y crítico análisis de la evolución de esta actividad desde sus primeros días, allá por mayo de 2007. Creo que el texto pone sobre la mesa una serie de elementos muy destacables, principalmente el compromiso de asumir el laboratorio como un espacio social para la construcción de conocimiento de una manera colaborativa, donde se rompan las fronteras existentes entre interior y exterior del laboratorio, entre expertos y legos, generadas muchas veces por la forma en que son planteados otros formatos más convencionales como el seminario o el ciclo de conferencias. Advierte, en este sentido, de la necesidad de tener en cuenta como protagonistas de ese proceso a las comunidades de afectados o concernidos. Propone un cambio de dinámica, un paso necesario hacia una nueva etapa en que el laboratorio y sus participantes se impliquen en la generación y el fortalecimiento de redes sociales a través de las cuales movilizar y visualizar el procomún, así como en la la producción y difusión de materiales útiles para la materia, donde se vaya documentando el proceso.
Me parece un buen plateamiento al que querría añadir algunos otros puntos, – en realidad rescatar algunas otras propuestas, que en realidad han ido saliendo a lo largo de las distintas sesiones del laboratorio del procomún -, y que en mi opinión habría que tener en cuenta. Me preocupa sobre todo la necesidad de comprender la carga ideológica que, lo queramos o no, existe detrás de cada uno de los planteamientos, de las prácticas y los conceptos empleados. Para exhorcizar los posibles elementos tendenciosos, lo mejor es hacerlos explícitos, como recomienda Pierre Bourdieu. Pero veamos lo que quiero decir a través de ejemplos concretos:
La comunidad. Congregue un grupo de afectados o a los participantes del laboratorio del procomún, una comunidad no es más que un conjunto de diferentes decido a compartir un destino. No está por lo tanto exenta a lo interno de la existencia de relaciones de poder entre las partes, que resultan en tensiones y conflictos propios de una diversidad no negociada, y que únicamente pueden comenzar a resolverse a través del principio de reconocimiento. Precisamente son ciertos rituales donde únicamente se celebra la comunidad, aquellos que en ocasiones son utilizados para soterrar las diferencias. En ese sentido la existencia de protocolos previos puede tanto contribuir al rigor en la búsqueda de conocimiento como generar una problemática añadida, al establecer de diferencias entre iniciados y no iniciados. Debe haber método, pero la crítica al método y su reconfiguración consecuente debería ser entonces una constante vital y un derecho de todos los participantes.
Identidad ante alteridad. Una comunidad de afectados no existe al margen de otras colectividades en las que no se reconoce, que pueden ser tanto responsables de generar su problema (de formas más o menos sutiles o indirectas) como meros espectadores pasivos o indiferentes a los que sin embargo podrían sensibilizar y movilizar (sociedad civil). El mapa resultante es un contexto complejo, con estructuras de oportunidades políticas más o menos abiertas en función de la atención concedida por la clase política, en la que los distintos colectivos construyen sus sistemas de alianzas y oposiciones que influyen (posibilitando / limitando) cada uno de sus movimientos.
Pienso que las comunidades de afectados, los viejos y nuevos movimientos sociales (Enrique Laraña) ya están configurando el mundo en la actualidad con su mera acción y presencia, no necesitan tanto que su palabra les sea concedida sino más bien escuchada.
Mesas técnicas. Una posible propuesta para este panorama es sentar a los componentes del laboratorio y posibles comunidades de afectados en las mismas mesas, para trabajar sobre problemas concretos y sólo después teorizar sobre ellos. Apuesto más por el método inductivo y por el «aprender haciendo», por participar a través de la secuencia acción – reflexión – acción, por una experiencia de empatía etnográfica, que opina que sólo desde el análisis concreto de la realidad social podríamos con el tiempo realizar aproximaciones sucesivas a posibles teorías que nos ayuden a navegar por el mar de la incertidumbre.
De esa manera, se podrían cumplir los deseos de entroncar de forma comprometida desde la práctica investigativa con las redes sociales que sustentan, defienden y construyen en su cotidianeidad el procomún y los nuevos modos de gestionarlo.
Clara
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