Mi último día. Tras casi 10 meses en el equipo de mediación de Medialab-Prado, abandono el barco y emigro a tierras cálidas. No sin cierto pesar, claro… Pesar porque las partidas son siempre así, pesadas, pero con la grata sensación de haber comprendido algunas buenas maneras, y algunas otras malas, de hacer las cosas.
Durante este tiempo, he intentado participar en una estructura que creo debiera formar parte -constitutiva- en la organización de las instituciones culturales del mañana. En todo caso, que promover la participación pública en las prácticas culturales, apostar por los procesos de producción simbólica colaborativos -ergo, democráticos- debiera ser el horizonte siempre presente en las instituciones culturales -cuando menos las que se dicen públicas-, no me cabe la menor duda.
En Medialab-Prado se cuestiona desde la praxis, desde la organización de su actividad y su estructura -always work in progress-, desde la horizontalidad de su gestión -en sentido amplio y expandido- todo un conjunto de prácticas, sedimentadas en forma de dispositivos institucionales -más o menos públicos, más o menos privados-, bastante negativas para el desarrollo social. Es interesante ver que una institución pierde algo de tiempo en analizar su función en el marco sociocultural, y en preguntarse cual sea la mejor manera de llevar a cabo la inversión pública en materia cultural. Que así sea y cunda el ejemplo.
Así que ya no se trata de describir los modos que en la actualidad toman las políticas culturales, estableciendo un manual de buenas prácticas en materia de gestión, y rellenando informes y propuestas que nadie leerá jamás, sino -y mucho más impactante- de cortar con un modelo de gestión y todo lo que eso arrastra tras de sí, en la propia actividad que se desarrolla -vamos: haciendo las cosas de otra manera-. La relevancia que cobran aquí los procesos de producción contra las funciones expositivas de los centros culturales al uso conduce, en mi opinión, a esa necesaria transformación en el campo de las prácticas artísticas y culturales hacia «una otra cosa» que ya no entiende el análisis y la crítica en los términos tradicionales, sino que colabora en la construcción de un nuevo escenario que requerirá, en el futuro, también una nueva manera de ser cuestionado.
Desde luego, haber podido formar parte de este proyecto, dentro además del equipo de mediadores -que es en sí mismo también un proyecto- es muy importante, tanto en sentido personal como de cara a los posibles proyectos en los que me vea inmerso en adelante. Para alguien con una visión más bien negativa de la situación actual de aquello que en las sociedades postindustriales llamamos «cultura», supone una inyección de energía y confianza en que -como un día escuché de alguien en esta casa- «hay muchas maneras de gestionar la cultura», no olvidemos, el mayor de los Procomunes.
Muchas gracias amig@s
Dani
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