El debate sobre la línea que separa el arte y el absurdo nunca ha dejado de ser polémico. Actualmente, parece que ya tenemos superado eso de discutir por discutir: si la televisión es asi porque el público lo quiere, si nos venden lo que les da la gana, si el arte de hoy no es arte, si el arte de ayer no era arte anteayer pero sí lo es hoy…
Los espacios urbanos no escapan a este debate. Al igual que se alzan voces en contra la dejadez de edificios públicos, como es el caso del colectivo Beti Jai, Medialab Prado, con todas la remodelaciones que su espacio físico está sufriendo (en un año estaremos instalados en la antigua serrería belga, al lado de nuestro edificio actual) también forma parte de este debate.
La instalación de Plazanimada, el entramado -Plaza de Luz- o la muestra audiovisual de distintos resultados de proyectos realizados en los talleres intensivos de Medialab, además de su carácter expositivo, han complementaedo estéticamente nuestra Plaza de las Letras que, antes de ello, era toda piedra.
Sin haber modificado físicamente la plaza, jugando con sus árboles, bancos y haciendo de todo ello un lugar más agradable, Medialab Prado intenta día a día abrirse al exterior, interactuar con los espacios públicos y con la gente que forma parte de ellos. Un espacio público no está completo si no está habitado, si sólo sirve para decorar una pared con luces o emitir sonidos de pájaros. Si no hay gente que interactúe con el espacio, la Plaza de las Letras -cualquier plaza- no es un espacio público.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando esta plaza se ve atacada por pintadas físicas y gente que no respeta unas mínimas normas de limpieza? Pues no pasa nada o, mejor dicho, no podemos hacer nada. Es un espacio público, es lo único que podemos decir.
Claro, desde mi punto de vista, nunca se debe perder el respeto hacia aquellas personas que forman parte de este espacio público, gente que no lo está pasando nada bien y que hasta nos ha ayudado a evitar un robo en Medialab avisando a los ladrones de que llamarían a la policía. Hasta aquí todo bien, y bien seguiría si no se hubieran superado unos límites por los que la gente de Medialab (bueno, hablaré por mí) ya no pasa.
Cada mañana hay que caminar a través de una suerte gimkana cuyos obstáculos son, diremos, de lo más orgánico. Por otro lado, creo que la cantidad de botecitos de ambientador que he gastado en algunas zonas de la sala de Medialab supera los máximos permitidos de contaminación del barrio. Además, y aunque esto se aparte del tema principal, añadiré que, cada vez que un equipo especial de limpieza llega para ‘despejar la zona’, el agua que sale de sus mangueras a presión se cuela por los cristales de medialab, convirtiéndose éste en un auténtico espacio de interacción exterior-interior (lo cual sería hasta bonito, si no fuera por todos los equipos elećtricos que hay debajo de estas goteras…)
Resumiendo, con este post no quiero demostrar nada, sino quejarme por lo que está ocurriendo: hay plazas, hay gente, hay muestras audiovisuales, hay interacción. Con un poco de respeto sería harto fácil demostrar al resto que los espacios públicos sí pueden funcionar. Mientras tanto, algunos seguirán aferrándose a la afirmación de que es imposible mantener con vida estos espacios públicos.
ana_fm
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.