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Manuel Delgado. Lo común y lo Colectivo

La cuestión del espacio público como espacio de diálogo desde la Modernidad, es la clave para entender las esperanzas, sospechas y nuevas mitologías construidas sobre los nuevos “lugares” sociales. La consabida funcionalidad consensualizadora que se le atribuye, la reunión de la discrepancia con el objetivo de lograr el reconocimiento de las partes del “mejor argumento” y la anulación consecuente de la confrontación en una armonía terrenal-celestial, no es nada alentadora. De eso parece que va este encuentro.Tönnies está en los albores de la Sociología como ciencia, allá por la gloriosa etapa de la revolución industrial y el despegue del modelo capitalista-financiero, con las transformaciones en el ámbito de las relaciones humanas que promovía. El abandono del modelo comunitario propio de los pequeños núcleos de población, fundamentado en lo inmediato y en un sistema deontológico de origen religioso (re-ligare re-legere), que liga a un colectivo humano determinado a un cierto modelo de producción y a la normativa que asegura su supervivencia, va a dar paso al nacimiento de un nuevo sistema de distribución relacional, una nueva lógica del acuerdo y del desacuerdo, y a la necesidad de dar a luz a nuevos formatos de articulación de este nuevo contexto. Se habla entonces de sociedades como se habla ya de Estados en toda su amplitud, un sistema de distribución del poder que mana del nuevo contexto des-articulado, des-ligado, des-unificado.

Manuel nos invita a pensar de nuevo ese rechazo reaccionario de lo social y la funesta nostalgia de lo originario, de las primeras relaciones comunitarias, fundamentadas en lo inmediato sentimental contra la lógica legislativa de las sociedades modernas. Pre-modernismo en una cierta -ligera- interpretación de lo post-moderno. Mordaz crítica de los intentos contemporáneos por retroceder hacia posiciones radicalmente reaccionarias, partiendo de una cierta deconstrucción de los mitos subyacentes -a qué remite lo común: exégesis de la comunidad, operando como Heidegger nos enseñó-, desestabilizando la ataraxia reinante en determinados círculos mesiánico-alternativos. La crítica al supuesto consenso habermasiano, a saber, aquel que brota espontáneamente del “mejor argumento” -en tanto que reconocido por la comunidad de “seres racionales”-, desde ese nefasto “republicanismo kantiano” que a mí, personalmente, tantos recuerdos me evoca del pasado -y presente- colonial europeos -ciertamente: el gringo es un apéndice del tumor ilustrado (vaya con el palabro)-, me emociona tanto, que a poco tiro la toalla y me perdono por no decir algunas cosas que también deben ser dichas.

Vamos allá porque -no todo en el monte es orégano- siempre habrá un pero -y también un quizás…-, máxime en unos encuentros que se quieren multidisciplinares, conflictivos, heterogéneos, anti-dogmáticos. Se me ocurre plantear alguna otra posible lectura del acontecimiento post-moderno (si, ya sé que, por insistente, es un término hoy vacío/repleto/desbordante de sentido) para ver si acaso fuera posible un porvenir sin mesianismos, si no conviene apostar por lo indeci(di)ble que nos acecha en el horizonte tecnológico, aunque sólo fuera porque lo otro -lo ya visto, las líneas de análisis ya trazadas unaymilveces- no alienta sino al suicidio -esto es un golpe bajo. Es decir, cabe la posibilidad de entender “la comunidad” en un sentido alternativo -y no me estoy refiriendo ni a la cresta y las tachuelas, ni al mercado Fuencarral-. ¿No es acaso el modelo Blanchot un ejemplo de Comunidad (inconfesable) ajena a la paz espiritual del consenso habermasiano? ¿No es cierto que por todas partes están surgiendo micro-comunidades que se alimentan del disenso, de la discrepancia, que crecen a partir de sus diferencias, que no comparten sino un objetivo claro de resistencia? En definitiva, ¿podemos hablar de “multitudes”, o de “masa” -en sentido Baudrillard- en el espacio público por excelencia? ¿Puede hoy día ser pensado un espacio público en el que se encuentre la alteridad, confrontada a sí misma, y puede entenderse ese paso en camino hacia un modelo democrático de gestión de lo colectivo?

Entender que un modelo político no trasciende, no debe extenderse, a la gestión cotidiana es entender que la política la hacen los políticos. Nadie habla de violar la esfera del oikos, pero ¿no es la política aquello que concierne a la polis, aquello que se gestiona en el ágora -espacio público de la cuna de la política occidental? (y esto va por las alusiones a Arendt. ¿Qué es la Política?) Porque quizás -ya dije que siempre hay un quizás- si analizamos el fenómeno del nuevo ágora, como espacio de diálogo -dia-logos: “contraposición de ideas, discursos, argumentos”-: la red de redes, las comunidades digitales que viven, se expresan, se in-forman en Internet, podríamos ver ahí esa múltiple percepción, esa diversidad de visiones, de lecturas, de puntos de vista, que nos permiten pensar en la diferencia y que a la vez nos invitan continuamente (nos exigen incluso) a alojar en ese espacio público global nuestra propia percepción sobre el objeto-acontecimiento. Desde luego, lo común entendido así, como el espacio de interacción e intercambio significante, de encuentro de lo diferente, puerto de llegada de lo otro que invita a alterizarse (devenir imperceptible), nada tiene que ver, creo yo, con el idealismo alemán -objetivo, subjetivo y absoluto-, nada tiene que ver con la reducción absoluta a la idea, ahí sí, el error Habermas. El espacio público no como lugar de reducción de la diferencia al Logos universal, sino como lugar de destrucción de la identidad, lugar donde alguien tira una piedra contra el espejo en el que nos estamos mirando, y que luego señala al suelo incitando a una reconstrucción cubista de “ese maldito yo”. ¿Ciudadanía?, ¡No!, MULTITUD (T. Negri & M. Hardt)

En su intervención durante la presentación de ese magnífico esfuerzo llevado a cabo por el Observatorio Metropolitano de Madrid, materializado en Madrid. La suma de Todos?, Manuel Delgado lanzaba una idea fundamental: la clave está en las prácticas (de subjetivación), “¿cómo es posible que hayan pasado. Porque han pasado, ¿no?”. Cierto, los mecanismos de enunciación en manos de aquellos que detentan el poder político -vs la política-, en la era del capitalismo cognitivo se vuelven determinantes: la enunciación es el producto; la subjetivación es el efecto del sistema de producción post-industrial. ¿Cómo nos la han colado? Por la escuadra y con elegancia, porque no hay plaza pública, porque sólo existe el púlpito y el auditorio, porque no estamos confiando en la capacidad de las comunidades adyacentes para el agenciamiento (agencement) colectivo. Hacerlo no conduce al paraíso, pero no hacerlo nos lleva a Auschwitz, y amigos: después de Auschwitz, no hay metafísica. Dani

Texto-conferencia de Manuel Delgado. Lo Común y lo Colectivo