Después de Ignacio Sotelo…

El jueves pasado tuvimos como previsto una intensa tarde en torno a la noción de democracia. Bueno, noción no exactamente, porque no se debatió según perspectivas de filosofía política, o de ciencias políticas, sino desde el punto de vista realista de la experimentación.
Tuvimos una parte optimista y una parte bastante desesperante.
La primera parte, es decir el cuarto, y no tercero como dije equivocadamente en el post anterior, encuentro del laboratorio del Procomún estuvo constituida por el comentario de Emmanuel Rodríguez al texto de Antonio Lafuente, con las aportaciones preciosas de Juan Carlos Salazar y de Jesus Carrillo. Aunque la complejidad y el aspecto novedoso de los términos y del debate parecían alejar los conceptos de democracia técnica, de afectados, de riesgo… a la experiencia cotidiana, en realidad de lo que se hablaba era de la posibilidad de volver a definir quienes somos en el marco de un Estado, o de un espacio territorial definido, cuáles son las formas de actuar entonces para tomar decisiones, y por lo tanto qué puede ser la cara del nuevo marco politico que provocaría esta doble redifinición. Si ya no somos ciudadanos dentro de un Estado nación cuyo modelo es la democracia representativa, habrá que ser indivíduos constituidos de múltiples identidades sociales que, afectados por un tema específico, definiéndose parcialmente y puntualmente según una de sus identidades en relación al tema por lo cual está afectado, se verán implicados en la elaboración de las decisiones al igual que las fuerzas científicas e institucionales, lo que abrirá los procesos de decisión y conducirá a una democracia participativa. Aunque Emmanuel Rodríguez como Jesus Carrillo no piensan que sea un modelo práctico que pueda convivir con el sistema representativo, ni que la participación del indivíduo pueda corresponder a la de «afectado», y que la única posibilidad conceptual es pensar un sistema opuesto, es decir una democracia radical, aunque practicamente irrealizable por su radicalidad, acabamos todos con la idea que una democracia donde los indivíduos se puedan reapropriar de una parte de su poder para solucionar o remediar problemas que los expertos y los políticos bajo presiones de intereses suscitaron, es posible y necesaria. Aunque falte mucho antes de averiguar su posibilidad, como pensar realmente todo lo que significa «afectado», el marco de funcionamiento o reconocimiento de esta palabra, la delimitación del poder de actuación de las formas participativas, local? global? dentro de los marcos geográficos y políticos actuales?, y definir entonces el tipo de espacio politico que sería esta aglomeración de afectados, acabamos esta primera parte entusiastas y convencidos de la posibilidad de una forma política mejor.
Y vino el Señor Sotelo.
El Señor Sotelo es un señor de 71 anos, que vivió la censura, la imposibilidad de hablar, el exilio, y que contribuyó a la lucha para establecer la democracia representativa. Y el Señor Sotelo es una referencia en filosofía política, ademas de haber él mismo experimentado varios sistemas políticos como ciudadano. El Señor Sotelo empezó entonces en un estilo muy socrático a explicarnos las diferencias entre la democracia ateniense y la democracia actual representativa, enseñando muy didacticamente y en una forma silogística que 1/la democracia ateniense tenía ciertas características, 2/la democracia actual representativa tiene otras características 3/entonces la democracia no es una forma política universal ni perfecta.
La delegación de poder y la representación no nos permiten realmente participar al funcionamiento de nuestras democracias. Sin embargo, sería sin sentido, aunque tecnologicamente posible, que todos los cuidadanos participen en permanencia en los procesos de elaboración de las decisiones, y conduciría al immobilismo. Volviendo a las teorías de Rousseau entre otras, el señor Sotelo afirma que el sistema representativo es el mejor para gestionar democraticamente una democracia constituida por millones de ciudadanos. Y de repente, por haber discurrido él solo unas 45 minutos, el señor Sotelo como buen platónico, dejó que se instaurara el diálogo, no un debate, sino un verdadero diálogo socrático a valor heurístico. Tras unas preguntas, el Señor Sotelo dio la razón a Antonio Lafuente que concluyó entonces por las diferentes afirmaciones del Señor Sotelo que el principio de representación era una «gran invención fallida», ya que primero los escrutines podían modificar el grado democrático de las votaciones, y sobre todo por el hecho de que la asamblea era el lugar de validación de decisiones que se toman mucho antes, y que corresponden a motivaciones muy lejanas al bien público. Intervino entonces otra persona del público, que en contra de la identificación entre democracia y mercado, proponía la posiblidad de la democracia participativa, esta especie de toma de poder de la sociedad civil sobre asuntos estatales. Y al Señor Sotelo le pareció totalmente posible, mejor, al Señor Sotelo le pareció ser la tendencia hacia cual se encaminaba el régimen en cual estamos, (que llamamos democracia porque hemos entendido que no es universal ni perfecto, pero que, si pudiera existir un paradigma aunque solo sea una forma utópica que tenga validez en mis suenos, dudaría en llamarlo asi), por ser una manera para el Estado actual de neutralizarnos y de descomprometerse en varios temas como la salud, o la educación, lo que le permitiría dedicarse más a la construcción de un poder oligarquico planetario. Pero su conclusión fue aún más ateradora, porque claro, de repente, nos hizo ver que el mercado correspondía a la democracia actual porque el poder esta en lo económico, y las decisiones económicas se toman a nivel europeo sin el mero control democratico, ya que se toman de forma secreta entre los jefes de gobierno que ya no tienen ninguna reponsabilidad delante de sus ciudadanos. De repente nos dimos cuenta de que nuestro debate era bonito, pero era ingenuo y impotente.
Fue un golpe duro, muy duro, que nos dio el Señor Sotelo, desde toda su experiencia, desde todo su saber, y su claravidencia.
Pero tengo dos esperanzas, dos cosas que me hacen esperar que el Señor Sotelo se equivoca un poco, apenas, lo justo para poder pensar y creer en otro modelo: el Señor Sotelo viene de una tradición política diferente, donde el Estado es una garantía, y de una tradición social diferente, donde la sociedad tiene pocos medios para expresarse. Pero entre la complejificación de las relaciones entre habitantes de un país, espacio territorial y Estado, y entre la llegada de las nuevas tecnologías, se puede percibir unas perspectivas nuevas. Primero, la gente ya no se siente ciudadana y, si se pone a cuidar ella misma del espacio público y a encargarse de las necesidades que tradicionalmente el Estado debía asumir, se puede suponer que exigirá un cambio en las relaciones que tiene con el Estado, y que podrá revelarse como un poder de presión, de cambio y de decisiones. Y gracias a las nuevas tecnologías, si bien es cierto que no tendría sentido intervenir cada día sobre el proceso de elaboración y voto de una ley, sentido tendría en cambio el uso de las nuevas tecnologías para exigir y acceder a más transparencia democrática usándolas como herramientas de control de los gobiernos.
Seguramente no podemos creer posibles los cambios radicales. Tenemos que, como nos invita el Señor Sotelo, dejar de ser ingénuos, y, con lo que tenemos, exigir, formándonos como grupos de vigilencia y de presión, como un colectivo, el colectivo más legítimo que pueda haber, él de los ciudadanos, al cual tiene que obedecer el Estado democrático, para el bien de los cuales sólo tendría que actuar el Estado. Recuperaríamos así una parte de nuestro poder legítimo.

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