Memoria de un proceso creativo alrededor del hackeo alimentario, el arte y el humor.
En 2010, España era una potencia culinaria. Ferrán Adriá estaba en la cumbre de la cocina mundial. Los restaurantes eran mucho más que simples espacios de encuentro y ya no servía comida, sino emociones. Las cocinas se convirtieron en laboratorios. Del hambre de la guerra a la cocina molecular en sólo una generación, la sociedad y la industria españolas aplaudieron la creación de una alta gastronomía de valores incontestables.